Juan Genovés

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Juan Genovés: Obra reciente

Mira cómo corren. Arremetiendo a través de un terreno sin relieve, docenas de figuras enanas huyen de la siniestra forma redonda que amenaza con devorar todo lo que tiene delante. Parece un torbellino o quizás un ovni. De cualquier manera, el motivo abstracto en el cuadro de Genovés llamado Rodamiento se ve inicialmente como un presagio de la fatalidad. Pero hay que mirar otra vez. Al mirar con más detenimiento vemos que la forma no está hecha de un círculo, sino de dos, uno que flota por encima del otro como un planeta y su bella y benigna luna. Luego ves que no todo el mundo está huyendo. Hacia la parte inferior del cuadro los espectadores están inmóviles, impresionados o simplemente indiferentes.

Su quietud interrumpe nuestra interpretación de la imagen y nos hace cuestionar la naturaleza del acontecimiento. El título del cuadro, Rodamiento, es sugestivo pero nos deja intrigados. Podemos ver a los humanos como meros piñones dentro de la maquinaria – con cierto control de nuestro destino y armados de estrategias para el compromiso y la evasión, pero al final, sujetos a los caprichos del destino, sólo somos uno más dentro de una multitud. O quizás, como pretende el artista, pensamos de una manera más abstracta en la dinámica y en los flujos, tanto terrenales como celestiales, disfrutando, desde nuestro punto de vista elevado, de los ritmos pictóricos que activan la escena de ballet allá abajo. Y mientras lo hacemos, puede que nos demos cuenta de una manera más explícita de nuestro propio movimiento delante del cuadro intentando conseguir un punto de apoyo conceptual sobre esta imagen voluble.

Frontera, 2009
Frontera, 2009

Rodamiento es un ejemplo típico del arte de Genovés en que hace drama de una contradicción. Hay a la vez el sentido de un grupo cohesivo y el sentido de separación, soledad e incluso el terror que uno siente en la ciudad moderna – un sentimiento de hombre reducido a motas de hierro que están movidas por un imán invisible o a motas de polvo que flotan en la brisa caprichosa. La condición inquietante de ver la humanidad bella y distante desde, uno supone, una posición de poder, no como parte de la multitud sino flotando por encima de todo – supone un reto en nuestro entendimiento de “nosotros” y “ellos”. Uno más de la muchedumbre o espectador aislado: ¿de qué lado estamos?

De cualquier forma que nos juntemos, en celebración o en protesta, la multitud y el poder están unidos para siempre. Psicólogos de grupo encontrarían material de sobra en las ambigüedades del movimiento y motivación que ocurren en la pintura de Genovés. Gente no experta quizás prefiera empezar con las obras aparentemente sencillas como Barrera y Frontera, ambos cuadros monocromos, cruzados, uno horizontalmente y el otro en diagonal, por una línea clara, que causa una división llamativa sobre el plano pictórico, una barrera que atrae a las hordas que no se atreven a cruzarla. Aquí sentimos explícitamente una estructura de poder represiva, un sentido de lo prohibido y la obediencia de la multitud allí reunida, lo que crea una sensación de agitación que el espectador siente, igual que siente las vibraciones de color que denotan las figuras a cada lado de la división. Son imágenes bellas e inquietantes. Caminamos sumergiéndonos por sus espacios, simples e ilusorios, conscientes de que alguien está tirando de las cuerdas.

Monolito es algo diferente y aún más complejo. Aquí parece que estamos mucho más cerca de la acción, viendo figuras reunirse ante una forma ovalada y bordeada por flecos que se interpreta como un espacio tanto positivo como negativo, sólido – la multitud adorando ante el monolito – o vacío, con todas sus connotaciones de sexo y muerte. Genovés juega con las ideas de presencia, ausencia y trascendencia – la noción de perderse ante un objeto o imagen exaltada o dentro de la multitud sin forma. El cuadro recuerda la idea de Kant de lo sublime como algo peligroso, porque al experimentarlo, uno podría caerse dentro del abismo. Por supuesto, Genovés nos mantiene en el borde. Gracias a su distancia irónica, cuestiona la naturaleza de la reunión. Su estrategia parece concebida para señalar la necedad de la adoración.

Quizás es de poca ayuda identificarse demasiado con las figuras que aparecen en los cuadros de Genovés cuando lo que falta en el trabajo, de manera deliberada, es la narrativa. Las figuras que Genovés pinta han venido por casualidad o corriendo a estas arenas y allí se han encontrado involucradas en algún tipo de acción solo para luego encontrarse no exactamente congeladas (los colores agitados y las sombras tan dirigidas en los cuadros de Genovés siempre denotan cierta animación) sino en espera. Ciertamente los cuadros contienen historias – la gente viene de algún lado y va a otro – pero no buscan ilustrar eventos específicos. Y nuestras propias historias, las que inventamos alrededor de los cuadros, siempre acaban siendo una especie de acertijo.

El abrazo, 1976
El abrazo, 1976

Sin embargo, no podemos dejar de inventar posibilidades alrededor de los escenarios que el arte de Genovés sugiere. Los cuadros tocan una fibra sensible en el espectador, ya que los sitios esquematizados que describen están inscritos en nuestra memoria de una manera indeleble. Los cuadros de Genovés nos recuerdan que no existe un espacio en blanco y neutral y que mientras la mente retrocede e intenta descodificar el pasado, comenzamos a rememorar agrupamientos de masas en calles y plazas de todo el mundo. Mirando Barrera y Frontera, es inevitable que empecemos a recordar imágenes de fronteras políticas e ideológicas o a pensar en escenas de multitudes inmortalizadas por directores de cine como Sergei Eisenstein, Fritz Lang o Cecil B. DeMille. En el arte de Genovés las consideraciones del poder, persecución, resistencia, desplazamiento y dislocación están siempre presentes. No se puede escapar de estas referencias.

Tampoco se puede escapar de los datos biográficos que puntúan una carrera profesional tan notable. Genovés nació en Valencia en 1930 y desarrolló su lenguaje artístico durante la represión del régimen de Franco. Le influenciaron el cine moderno y la fotografía, y adoptando elementos del arte pop Genovés llegó a desarrollar un medio elegante, crítico y emotivo de expresar la ansiedad y desesperación de muchos bajo una dictadura militar. Obras como Objetivo (1968), donde se ve una multitud en estampida a través del objetivo de un fusil, están considerados como imágenes seminales en la historia del arte político. El abrazo (1976), creado hacia el final del régimen de Franco se convirtió rápidamente en un icono de la reconciliación. Cuando el cartel de esta obra fue publicado y expuesto en las calles, Genovés fue arrestado y mantenido aislado en una celda y unos 25.000 carteles fueron destruidos.

Poder, persecución, resistencia, desplazamiento… lo que hace excepcional en las obras tempranas de este artista es el grado de objetividad que logra traer a un tema tan al rojo vivo el uso de una inteligencia tan serena. Genovés se dio cuenta pronto de que cierto grado de distanciamiento era necesario para que un cuadro obtuviese una relevancia de gran alcance. Aun así, la manera en que Genovés produce sus imágenes es siempre mucho más compleja de lo que uno pensaría al principio. Estar cerca de uno de los últimos cuadros de Genovés es experimentar que el tiempo y el movimiento se producen a un ritmo muy diferente. Cerca del cuadro, el ojo tropieza con una superficie disonante. Muy de cerca uno se da cuenta de que las figuras de Genovés están compuestas de excrecencias de pintura, y que los aparentes veteados de estas formas tienen un fuerte parentesco con los gestos más grandes y fluidos, de los vertidos y gotas que demarcan y activan cada cuadro. La pintura en su carnosidad, la pintura en sí misma. El potencial descriptivo del medio y su presencia material provocan aún otro ritmo más.

Hay un aspecto juguetón en estos cuadros recientes, que sugieren una intención festiva en algunas de estas aglomeraciones pintadas por Genovés. Sin embargo, no hace falta que nos recuerden que la violencia y la opresión siguen siendo tan comunes en la sociedad de hoy día como hace cincuenta años, cuando Genovés empezó su viaje artístico. Desde Gran Bretaña, la nación más observada por las cámaras de vigilancia, vemos las implicaciones de Orwell en el trabajo de Genovés y vemos cómo, actualmente, la gente es tratada a menudo como ganado en su trabajo y en su ocio. También podemos reflexionar sobre cómo el arte se ve implicado en este mundo de espectadores y entretenimiento de masas. Tales consideraciones abundan en el trabajo de Genovés, que tantas preguntas plantea sin darnos ninguna respuesta. A cambio la pintura se convierte en un lugar de paso. Esencialmente, el mundo pintado por Genovés, tan reconocible, se desvela como una especie de baile – impredecible, desorientador, absurdo e imparable. Vemos la humanidad extendida delante de nosotros. Nos identificamos con ella y quizás, nos movemos de una manera algo diferente mientras nos disolvemos entre el público.

Texto publicado en catálogo de la exposición “Juan Genovés”. Galería Marlborough, Londres, 29 octubre – 28 noviembre de 2009